lunes, 28 de septiembre de 2009

I beg you

Jueves, 20 de agosto de 2009; 7:29


Píntame, Madre Gaia, píntame otra vez de azul y verde y hazme olvidar el gris de mi corazón muerto...Muerto por la inconsciencia de unos seres inútiles que se creen con poder de someterme por tener raciocinio, se creen merecedores de lo que tienen por simplemente existir y todo aquéllo que tocan lo convierten en gris, en negro, en Nada, en oscuridad eterna...

Pinta mis mares de azul intenso, haz que vuelvan a brillar las estrellas en mi cielo azul, que la oscuridad que las rodea sólo sirva para que brillen más y más en la eternidad del universo infinito.
..

Pinta mis selvas de verde y deja que los árboles no dejen ver la inmundicia que les rodea, la maldad, la soledad del cemento y el hormigón de sus corazones malditos, de sus mentes retorcidas, de sus almas condenadas a no ver el sufrimiento que causan con cada uno de sus inútiles pasos y actos.
.

Píntame en eterno azul y mágico verde, hazme sonreir de nuevo cada vez que la Luna salga a deleitarme con su baile en mi cielo estrellado. Haz que llore y que mis lágrimas sean la lluvia que te alimente para que crezcamos unidas, para siempre y luchemos juntas contra su oscuridad maldita, contra su eterna perdición, contra la venenosa ponzoña que me quema por dentro, que destruye los mares, ríos y lagos que componen todo mi ser.

Gaia, píntame otra vez con tus hermosas manos, hazme descubrir de nuevo aquéllos azules y verdes tan hermosos, como tus ojos,...tus hermosos ojos verdes y azules que cada día me miran con pena y tristeza, viendo cómo, poco a poco, me convierto en la sombra de mí misma, por culpa de un error que debe de ser restaurado y corregido.

Aplica tu juicio, haz que se arrepientan de todo aquéllo que han hecho mal, y libérame para que pueda combatir a tu lado, mano a mano, juntas, como siempre ha sido y siempre será.

Gaia, escúchame, no perdones más, no lo hagas, ¿qué más necesitas para actuar, Madre? Tu hija Tierra está llorando a tu lado día a día, por favor, Gaia, concédeme el poder, libérame y vuelve a usar tu paleta de colores para que sonría de nuevo, para que sea feliz otra vez, para que viva siempre y respire el aire puro de tus pulmones...Delvuélveme la vida que me han arrebatado, Gaia, oye mi llamada y hazme libre...Madre, ¿me oyes?...


-Así sea, Tierra y Gaia por siempre unidas, no llores más , mi niña, no llores más...El momento ha llegado, volverás a brillar en Azul y Verde...-



Por Lilithkhaos

domingo, 20 de septiembre de 2009

Hojas caídas

Domingo, 20 de septiembre de 2009


Llega el otoño, mi época favorita. El ambiente frío de estos meses del año me resulta algo sumamente reconfortante que me empuja a pensar y pensar. Hay tantos olores que estimulan mi memoria…

Los últimos coletazos de vida emergen ahora, justo entre dos luces diametralmente opuestas, antes de la visita de la diosa Skadi y sus ejércitos de hielo.

Salir fuera de casa y, aunque haga sol, notar el viento fresco no tiene precio. Andar y andar sin llegar a experimentar el desagradable e intenso calor del período estival. Para mí éste es un momento ideal para reflexionar y escribir, para hacer muchas cosas, incluso viajar por el mundo- aunque ahora mismo no pueda-. Quizá porque nací en otoño esta época es tan cercana a mi persona; me siento identificado con el aspecto decaído del bosque y el silencio tímido que lo inunda.

Y la lluvia, el olor a tierra húmeda, a hojarasca, crujiendo bajo mis pies, a los árboles mecidos por heladas brisas. Y los pájaros que van de aquí para allá, junto con el retorno de los cuervos y sus característicos graznidos, seña de identidad del otoño en su máximo esplendor. La naturaleza se prepara, anticipa el invierno…

Los animales más previsores y trabajadores reúnen provisiones para el último trecho del año… Los árboles cambian la pigmentación de su follaje, aportando un tono tostado a los bosques. Un tono melancólico. Se ven oleadas de nubes violáceas que descargan su contenido sobre la tierra, una detrás de otra, mientras los días continúan menguando y las noches tejen mantos largos. El sol se transforma en un ojo pálido y sin fuerza…

No sé por qué, pero esta época evoca imágenes muy concretas en mi mente. Zorros correteando entre los arbustos, halcones solitarios que dormitan sobre una rama al resguardo del viento gélido del norte… Todo se reduce a un conjunto, a una imagen idealizada. Pero viento, agua y frío van unidos, y me encanta.

Nací en un pueblo, crecí allí. Rodeado por la naturaleza, el otoño se vuelve más intenso. Caminar entre vetustos robles, sobre las alfombras y los tapices de hojas caídas, me transporta a otra época. A una época sin carreteras, ni vehículos contaminantes.

Regresar al bosque en otoño es como viajar a un pasado remoto. A un pasado con aire límpido y bosques llenos de vida. Precisamente ahora, cuando la vida agoniza antes del invierno, todo es mucho más hermoso. Porque hay tanto silencio, que el solitario piar de un pájaro aporta una sinfonía incomparable a un marco de ensueño.

Y, fuera de toda duda, me hace sentir mejor que en ningún otro momento a nivel personal. Lástima que el cambio climático haga de la suyas.

Por Elemento Cero

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Parchís (2ª Parte)

Flatulencias y sus daños colaterales
No es posible. No entiendo como se pueden estar moviendo las piezas. Nadie hay aquí a parte de mí. Es inaudito.


Me quedo observando detenidamente. Mi respiración enloquece. Poco a poco pasa de ser profunda y ruidosa, a totalmente imperceptible. Me siento como esos personajes de película. Esos que se esconden de alguien de tal manera que su vida depende de ello. No hay ruido. Solo el de las fichas deslizándose a través del tablero. Un sonido áspero y horrible.
Sí, definitivamente son escalofríos.


Ya no puedo aguantarlo más. Me doy la vuelta e intento abrir la puerta. Es inútil. Está cerrada. ¿Pero qué está pasando? ¿Qué hay en mi casa? Los sudores se apoderan de mí como si de una plaga de insectos se tratase. Pero no son sudores normales. Mas bien son gotas de agua nacidas del pánico.


Entonces intento tranquilizarme. Quiero pensar que esto es un sueño. Cierro los ojos y respiro profundamente. Permanezco relajado en la medida de lo posible...


...Pasan alrededor de cuatro minutos y medio hasta que los vuelvo a abrir...

Alzo la vista de nuevo. Todo sigue igual. Igual de vacía la estancia. Vacía, excepto un cojín extra que ahora hay junto a uno de los lados de la cuadrada mesa en donde descansa el trablero del juego fantasma, justo enfrente mía. Definitivamente esto tiene que ser un sueño.


Esta aparición parece una carta de invitación para sentarme. No tengo nada mejor que hacer. Así que mejor me siento. Cruzo las piernas y apoyo el mentón sobre el puño izquierdo. Me acomodo y presencio el espectáculo, si se puede llamar así.
En ese preciso momento, las fichas se dejan de mover. Parezco ir a contracorriente. Espero pacientemente de todas formas. Al cabo de 10 minutos, las fichas continúan inmóviles. Y entonces decido echarme la siesta. El cojín me puede servir de almohada. Algo bueno tenía que tener. Y en un santiamén me quedo dormido, acurrucado en aquel lugar impoluto. Frío, angosto, pero agusto.

...


De allí a un tiempo indeterminado me despierto sobresaltado. Me encuentro en medio de la habitación, acostado sobre lo que por el tacto parece una alfombra y con un ruido de fondo: La televisión. No puedo evitar mirar a mi alrededor nervioso mientras me levanto de forma atropellada. Demasiada información entra por mis ojos. ¡Esto está tal cual como yo recordaba que era el salón hace tiempo! Los sofás, los armarios, la mesa, las sillas, la lámpara... y la mesa en medio de la alfombra. La misma mesa en la que había estado observando moverse las fichas del parchís antes de quedarme dormido. Miro hacia la tele, y en el mismo instante, deja de transmitir imágenes. Solo se ven puntitos negros y blancos. Se siguen sucediendo fenómenos extraños. ¿O aquello era producto de la casualidad? Ya no sé nada.
Aún así, pruebo a cambiar varias veces de cadena. Mala suerte: no hay señal. Quiero probar el reproductor de los dvd's, pero en seguida me doy cuenta de que me es imposible. No hay de estos. La curiosidad se apodera de mí. Empiezo a rebuscar dentro de las puertas del armario principal. Sólo hay vajilla. Vajilla y más vajilla. Lo único para lo que vale es por si en algún momento quiero desahogarme con ella. Para nada más. No hay nada más. Ni siquiera monedas o restos de comida debajo de los cojines de los sofás. Nada.
Ya cansado de buscar, decido sentarme en un sillón a pensar tranquilamente. Medito. ¿Y si pruebo a gritar por si alguien me escucha desde fuera? Es una opción válida, aunque inútil. Aparte de mis rasgados alaridos, no escucho ruidos. Insonorizada son los tabiques. Insonorizadas están las escaleras, que abarrotadas de silencio se hallan. Estoy solo. Solo, y con mi garganta dañada y gastada por el esfuerzo. Simplemente solo.


Definitivamente tengo razones para sentirme confuso. La situación es preocupante. Me levanto. Mientras ando, me pongo a discurrir. Llego a la conclusión de que alucinaciones no han podido ser. En la vida he tomado drogas. Y sueños tampoco. No recuerdo haber tenido síntomas de somnolencia con anterioridad a esto. Entonces... ¿Qué demonios está pasando aquí? ¿Acaso me estaré volviendo loco? ¿Alguien me está gastando una broma?
No puede ser. Algo raro sucede y no sé cómo explicarlo.


Entonces, me giro para volver a intentar abrir la puerta que se encuentra detrás mía. La misma por la que he accedido a la sala. No se abre. Sigo en las mismas. Sigo estando encerrado. Me digo: -Maldita sea.-
Desesperadamente, vuelvo a mirar hacia la dichosa mesa, dueña y reina de aquellos aposentos, además de mis últimos pensamientos. Y allí está de nuevo: el tablero de parchís. No me había fijado de la primera vez, luego de volver en mí, pero ahora me doy cuenta de que está acompañado por unos cubiletes y un dado. Entonces se me ocurre algo. Puedo probar a jugar. Aunque sólo sea para matar el tiempo y esperar a que llegue alguien. No sé lo que está sucediendo, pero algo me dice que la cuestión radica en este juego. Ha sido el denominador común de las últimas horas. Seguramente pueda ser que las respuestas a todas mis dudas las encuentre si juego. Tengo que probar al menos. ¿Qué más puedo hacer? Ni siquiera la tele funciona ya.
Así pues, me acerco a la mesita. Me agacho a coger el cojín y me siento de la misma forma que de la vez anterior. Saco los cubiletes de la caja, con sus respectivas fichas. Apreso el numerado cubo con mis temblorosos dedos, y me dispongo a jugar como lo había hecho tantas veces de pequeño. Yo contra mis otros tres yos. Como en un solitario, pero en modo parchís.


La partida empieza ya. Todos los colores tienen alguna ficha fuera de casa. Y avanzan frenéticamente. Algún color más lento que otro, pero avanzan. En nada se meten en terreno ajeno. A medida que pasa el tiempo, comienzan a sucederse en mi mente las imágenes de mí mismo en un pasado remoto divirtiéndome de aquella misma forma. Siempre mientras aprendía a defenderme de las jugarretas que me pudieran hacer mis amigos en venideras partidas. Jugando y aprendiendo. Es fascinante. Me siento niño otra vez.
Sigo jugando y jugando, hasta que me toca salir con una de mis fichas: las rojas. Si me preguntasen ahora con qué color quisiera ganar la partida, diría este sin dudarlo. Pienso: -Mira tú, encerrado y pensando en trivialidades-. O no. Quizá es esto lo que me impide volverme loco...
Salgo de la casilla 39, la escudada al lado de la casa, para terminar por caer en la 42. Justo por detrás, en la 36, se encuentra una ficha azul. En ese mismo instante, con el cubilete rojo aún en la mano, tiro para que pueda avanzar ésta última. Y sale un 6. La azul come a la roja y tengo que meterla en casa de nuevo. La azul cuenta 20. 1, 2, 3, 4, 5... y así hasta 20.


Y en ese preciso instante en que finalizo la cuenta, siento como una especie de inmenso golpe en el estómago...


...


Abro los ojos. Me doy cuenta de que todo ha sido un sueño. Lo sabía. Según me reincorporo, advierto que lo hago desde la misma posición desde la que me dispuse a dormir la siesta. Siempre en aquella misma inhóspita habitación, con la misma mesa e idéntico tablero sin cubiletes ni dados. Las fichas seguían estando colocadas como de la primera vez. Lo único que no me cuadra en las cuentas es el tremendo dolor que siento en la zona abdominal. Me agarro el vientre. Es un dolor como para retorcerse y no parar. ¿Ha sucedido todo eso de verdad, o simplemente son imaginaciones mías? Sigo sin entender nada.


Así, mientras me quejo a mí mismo de mi desdicha, una imagen ya no tan extraña llega a mis pupilas como un atronador terremoto. De nuevo, las fichas azules se mueven por sí mismas... pero ya no están tan solas. Las acompañan las verdes....
Madre mía, ¿pero qué está pasando? ¡Que alguien me ayude, por favor!


Y una voz lejanamente familiar y en forma de eco desgarra mi mente de un lado a otro: ¡Juega, Renato, juega! Haz lo que te digo... ¡¡¡JUEGA, MALDITA SEA!!!

Por Marcos Pantani

 
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