jueves, 3 de diciembre de 2009

¿Soy bueno o malo? Tú decides

A ti voute foder eu
El título de la entrada se debe a la conclusión sacada luego de una interesante conversación mantenida con una compañera mía de clase. El epicentro de dicha tertulia ha sido el dualismo "bondad/maldad" o quizá más bien "existencia/ausencia" de dichas cualidades. Ante todo me gustaría dejar claro que respeto y entiendo muy bien lo que ella venía a decir y que esta entrada no tiene como objetivo el descalificarla o hacer prevalecer mi opinión sobre la suya. Está claro que el que me lea tendrá de primera mano solamente mi impresión respecto al tema y eso marca una diferencia, pero también es cierto que confío en el criterio de mis lectores en cuanto a cualquier temática. Y no menos cierto es que de mis ideas estoy bien orgulloso y por ello las quiero compartir con todos. Aunque sea por hacer reflexionar a una persona de veinte, cosa que, y estoy muy tranquilo, tampoco sucederá.



Y así pues la bondad y la maldad nunca han sido palabras que me hayan causado devoción. Siempre las he atribuido a ese vocabulario con el que las instituciones religiosas y en nuestro caso la eclesiástica ha intentado y conseguido, de hecho, prostituir nuestras mentes. Lo bueno y lo malo considero en gran parte que son el baremo inicial a través del cual decidir desde un punto de vista supuestamente ético o moral lo que se debía hacer. Y estoy convencido de que esos valores que hoy en día manifestamos mediante el uso de tan alienadoras palabras estaban condicionados por los intereses de la misma institución ya citada. No creo que se debiera a que comer carne en la cuaresma diferenciara para mal a una persona de otra que no lo llegara a hacer por el mero hecho de ser más practicante. Lo dicho, eso más bien son intereses, no algo que nos hace mejores seres humanos. Y si pensamos con lógica todo lo que viene después puede llegar a ser innecesario.
Es cierto que ciertas concepciones de dichos significantes en cuestión seguramente sean necesarias, ya sea porque no existe un sinónimo que se adapte a la idea que queremos transmitir y que con ellas conseguimos, o porque no es un problema tan grave como para darle solución a corto plazo. El caso es que las usamos para casi todo. Son la base de toda comparación existente y así hemos seguido hasta hoy.

Pero no todas las acepciones de bueno y malo son de mi total desagrado. Es cierto que a veces no queda más remedio que utilizarlas. Aunque en lo que me quería centrar es en mi desacuerdo hacia su uso con las personas como víctimas (lo mismo para todo ser vivo). No creo en las buenas y malas personas. Creo en las personas simplemente. Ni siquiera creo en las personas normales. Esas no son más que etiquetas que ponemos para tener más o menos un esquema de lo correcto e incorrecto y organizar nuestas ideas. Son solo invenciones de nuestros antepasados, de nuestros abuelos, de nuestros padres, de nosotros mismos. Porque el decir que una persona "es buena" o "mala" me suena a una bondad ilimitada, artificial, utópica... Suenan a cualidades que como seres imperfectos no podemos abarcar en su sentido más amplio ¿Una persona totalmente buena o absolutamente mala? ¿Con lo imperfectos que somos? Me suena a exageración. Demasiada suerte para una y triste condena para la otra. Y quizá las palabras bien y mal no sean tan contundentes si las usamos con el verbo correcto, porque lo que es con el verbo ser suena fatalmente inamovibles. Ya puede alguien supuestamente "bueno" matar veinte ancianas que por curar a tres de sus amigas del asilo será bueno si así lo asiente desde la ignorancia la enfermera o el doctor de turno. Las oraciones de tipo "Este chico es bueno porque le ayuda a su madre" o "Los asesinos (ladrones, violadores, etc) son malos" me resultan muy faltas de sentido. Y he aquí donde me surgen la mayoría de las preguntas: ¿Me consideráis buena persona? ¿O soy mala? ¿Cuándo dejaré de ser bueno y pasasé a ser malo o viceversa? ¿Tengo que hacer más cosas buenas que malas para ser bueno? ¿No os resulta muy barato pasar de ser una cosa a otra? Si cada persona opina de una forma distinta...¿dónde se hallará la verdad de si soy mejor o peor? ¿Alguien lo sabrá? ¿Hay alguna máquina que mida todo lo que hago bien y mal y que me diga de qué lado de la fuerza estoy, que por otra parte estaría hecha según unos valores dictados por un hombre cuya opinión no tiene por qué concordar con la de la mayoría de la población? ¿Qué religión, ideología, cultura, filosofía o moral es la válida? Es que no hay por donde coger eso. Yo considero que el fallo viene en que se confunde el ser bueno con el hacer cosas buenas. Porque a mi modo de ver creo que eso es una diferencia abismal. Ya se sabe lo maldito del verbo ser. Todo es, todo es y a lo mejor más de la mitad de las veces ni se asemeja a lo que parece. Simplemente es un verbo de engañabobos. El verbo que mejor esconde la realidad. El verbo que consigue que las ilusiones nos venzan humillantemente obligándonos a caer rendidos a sus pies. Eso es lo que es el verbo ser.

Y es que siguiendo con lo mismo... ¿no os pasa que ha habido un momento de vuestras vidas en que lo primero que relacionabáis tales conceptos con las personificaciones que se nos ofrecían mediante los dibujos animados? Aún es hoy cuando pienso en la maldad y en lo primero que se me viene a la cabeza es el típico personaje de los dibujos animados que se frotaba las manos mientras sonreía de una forma verdaderamente falsa y maquiavélica para luego montar las de San Quintín porque sí. O más actualmente casos recientes como el de Sauron del "Señor de los Anillos" (aunque eso está justificado supuestamente por avaricia). Pero aún así con todo y sinceramente, no creo que haya personas en el mundo que hagan cosas "malas" sin el más mínimo motivo. Hasta el más descerebrado y caníbal hijo de puta (en el sentido más peyorativo de la palabra) de este mundo tiene algo que justifica sus acciones y que lo lleva a hacer algo así, ya sean asesinos en serie, descuartizadores, violadores pirados, pirómanos o psicopátas. Un cadena de sucesos desafortunados puede hacer caer a una persona supuestamente "buena", en otra "pésima". Esa gente creo que normalmente se la considera o etiqueta como una enferma mental, aunque en determinados casos sea ayudada por su defectuosa genética (como es el caso conocido de los Supermachos, expertos violadores y maltratadores, a quienes recuerdo les sobraba un cromosoma en uno de los pares). Porque no se puede uno olvidar de que el ser humano vive en una sociedad violenta y es fácilmente manipulable aún creyendo en la mayoría de los casos que es libre. Ya sabéis: somos libres.

Por Marcos Pantani

jueves, 22 de octubre de 2009

Santidad Ahumada


La tormenta. La claridad brillante de los truenos que se cuelan por las vidrieras. La macabra iluminación de aquella maldita iglesia, aderezada con el eco de las pisadas, danzarinas solitarias. Las caras deformes de los santos, estáticas, convertidas en muecas de odio y oscuridad impenetrable. Noche. La noche que sucede al día. Aquí no reina el sol.

Los bancos proyectan una cohorte de sombras ululantes, que parecen mecerse con cada nuevo destello lumínico. Incluso da la sensación de que todo se mueve, que en esa quietud antinatural hay una presencia tenebrosa, esperando acechante el momento oportuno para salir de su escondite.

Las figuras de madera, que representan a los hasta entonces estáticos santos, empiezan a mecerse, primero con lentitud y, posteriormente, con movimientos espasmódicos. Sus ojos se abren y se cierran frenéticamente, mientras sus extremidades se contorsionan en direcciones imposibles. Sus bocas se entreabren, cogiendo fuerza, para después emitir un coro de alaridos que taladran el alma. Sangran sus ojos, pintarrajeando sus caras brillantes con líneas irregulares, y poco tardan sus ropas en teñirse de rojo carmesí... La temperatura de la iglesia oscila rápidamente entre el frío y el calor extremos.

Neblina; los santos echan humo por la boca.

Detrás del altar, en arcano ritual, el sacerdote empieza a despojarse de su ropa. Con extrema delicadeza, ignorando el endiablado ruido del lugar, dispone sobre el altar todos los objetos que había traído en un burdo maletín, siguiendo un patrón escondido en lo más profundo de su torturada mente.

Entona una misteriosa letanía y el cambio empieza a surtir efecto. Ya no es el tipo afable y comprensivo de siempre, el mismo que días atrás me decía que eso de la fe nunca debía ser tomada de forma fanática, que la tolerancia era lo más importante en un mundo como el nuestro. Ahora es una criatura alta, de por lo menos dos metros cincuenta, estilizada, y con una expresión tan sumamente amenazante en su rostro, que cualquiera de los depredadores más efectivos y letales de la naturaleza parecería un cachorro indefenso a su lado.

Un extraño cuerno le sobresale de la parte posterior de la cabeza, confiriéndole un aire de superioridad inquietante, tal que corona dorada para un rey. El color de su piel se torna morado, y varias membranas de un color más claro emergen de su cuello y espalda. ¿Un ángel? ¿Un demonio? Sus brazos hipermusculados se mueven con agilidad impropia, siguiendo, como parece ser, el ritual que había puesto en marcha. ¿Para qué? No lo sé. Y aunque las palabras que pronuncia, llenas de chasquidos heladores y de combinaciones impronunciables para un ser humano normal, son el perfecto paradigma del terror, aún más aterradora resulta la proyección de su sombra en el retablo dorado de la iglesia.

Estoy temblando, escondido entre los bancos desde el principio. El sudor perla mi frente. ¿Cómo puedo salir de aquí? Ya no me interesa nada. No me importa. Me da igual este pueblo y todo lo que hay en él.

- Viajero, acercaos- dice el sacerdote-. ¿Pensabais que no era consciente de vuestra presencia? Claro que sí. Salid.

¿Y qué más da todo ya? Eso es lo que pienso mientras empiezo a erguirme. De pie, al fondo, mirándolo fijamente. Y él, altivo, con la cabeza ligeramente alzada hacia el infinito, me tiende una mano en actitud conciliadora. La tormenta sigue rompiendo la noche de vez en cuando, mientras camino lentamente, dubitativo, por el pasillo central de la iglesia. El característico eco de estos lugares acompaña mi avance. Los santos murmullan. La niebla baja, mezclada con el humo, se aparta de mí, para cerrarse luego a mis espaldas.

- Hace mala noche para andar por ahí, hijo mío- sonríe, dejando al descubierto un par de afiladas hileras de dientes.
- Durante todo este tiempo, jamás pensé que el autor de los asesinatos fuerais vos- afirmo sin rodeos.
- ¿Asesinatos? Pero si yo no he matado a nadie- se humedece los labios-. Además, creía que vuestra estancia en nuestra humilde aldea se debe a una serie de lamentables desapariciones...
- No soy estúpido. Sea lo que sea lo que pasa aquí, está claro que andáis detrás de todo. Ver para creer, ¡un sacerdote!
- No os precipitéis en sacar conclusiones, hijo mío, que a lo mejor os equivocáis, y mucho.
- Me basta con saber que sois un demonio que se esconde tras la máscara de una persona para sospechar. ¿Dónde están todos? ¿Dónde los tenéis?- desenfundo el sable, presto para lo que haga falta.

Él le echa un vistazo a mi arma y niega con la cabeza.

- Entiendo. ¿Y creéis que eso puede hacerme algo? ¿A mí, a uno de los señores del Amanecer Dorado?
- Apuesto a que sí- y, sorprendentemente, la expresión de la criatura cambia de forma imperceptible para el ojo inexperto, pero no para el mío.
- Venid- se humedece los labios nuevamente.

Se da la vuelta sin esperar a mi reacción, se persigna de cara a la cruz, se viste rápidamente con una túnica y, luego, pone rumbo a la puerta de salida. En este mismo instante podría ensartarlo con el sable, pero lo dejo ir. Quiere enseñarme algo, supongo, y como es posible que se trate de los desaparecidos, hago cálculos mentales y decido mantener la calma y, lógicamente, extremar las precauciones. No puedo descartar la posibilidad de que esté tratando de llevarme a una trampa. Aunque su aspecto es ciertamente demoníaco, no se comporta en absoluto como cabría esperar de un ser así. Desconcertante y, sobre todo, indicativo de una inteligencia superior. Peligroso.

Nos dirigimos a uno de los edificios anexos. La puerta parece muy vieja, carcomida por las inclemencias del tiempo. El sacerdote extrae pacientemente una llave de bronce de uno de los pliegues de su ropa. La introduce en la cerradura y la hace girar con un pequeño esfuerzo. La puerta cede entre quejidos, descubriendo un pasillo descendente que se pierde en la oscuridad. Aprieto a intervalos irregulares el pomo de mi espada, como queriendo asegurarme de que aún la llevo en la mano. Él se limita a lanzarme una ojeada y a sonreír, deformando su ya de por sí endemoniado rostro. “Muy bien, sigamos”, pienso.

Cruzamos el umbral sin miramientos, aunque él se ve obligado a agacharse para poder entrar. Su largo cuerno craneal, tan afilado como la garra de un tigre, le supone un estorbo en lugares de reducidas dimensiones. Veo como chasquea los dedos y la puerta se cierra a nuestras espaldas. La intranquilidad me invade, mientras la poca luz proveniente de la luna se desvanece poco a poco, luchando fútilmente contra la puerta que se cierra. Qué lejos queda la noche.

En pocos segundos, una hilera de antorchas se enciende, dejando patente que el pasillo tiene una pendiente bastante pronunciada, en espiral. Hay un olor a humedad y a hierro muy intenso. Lo sé porque noto el sabor en la boca, no es agradable.

Seguimos bajando, escalón tras escalón. La criatura, encorvada, con la túnica arrastrando, terriblemente sucia por las zonas que se deslizan sobre el suelo... Y yo siempre a unos pocos pasos por detrás, con el sable en mano, atento.

Cerca del final ya empiezan a aparecer extrañas runas en las paredes. Pintadas con colores muy variados, su significado está mucho más allá de mis conocimientos, aunque semejan una mezcla aleatoria de runas de distinta procedencia.

Una puerta. Otra puerta. Cerrada. El sacerdote se queda quieto, justo enfrente de ella, y pronuncia dos palabras monosilábicas, o quizás una misma palabra en dos tiempos. Sea lo que sea, la madera de la puerta y el hierro de los goznes obedecen su orden y se abren de par en par. Entramos.

Él da unos cuantos pasos más y se gira hacia mí. Entre tanto, yo camino con prudencia, mirando en todas direcciones. No hay nada, la estancia está completamente vacía. Luego llega uno de esos momentos más bien propios de las historias de miedo que se cuentan en las tabernas, cuando noto que algo está goteando sobre mi hombro. Extiendo el sable, tratando de erigir una barrera entre la criatura y yo por precaución, y a continuación alzo la mirada...

Colgados de ganchos de hierro, sujetos al techo, hay hileras interminables de... cadáveres. En espantosas muecas, de muerte súbita y dolorosa. Decenas de ellos, desde niños a ancianos. Todos los desaparecidos que había estado investigando en los últimos días (y muchos otros de los que ni siquiera había oído hablar) están aquí.

El sacerdote sonríe. Parece que todo le hace gracia y se mantiene calmado, mas también es cierto que su cuerpo da la impresión de haber menguado. No entiendo nada.

- Los habéis matado- articulo no sin cierta dificultad.
- No hay muerte. Muerte no hay, hijo mío. Que en el cielo viven todos, en el reino de nuestro Señor. Inmortales, han pagado por sus pecados y ahora ya nada han de temer.
- ¡Callaos! Estáis loco, pero ¿qué habéis hecho? ¿Por qué?- me acerco a él amenazante-. Hablad u os atravieso, vil criatura.

Su mirada es un acertijo. ¿Está pensando? ¿En qué? ¿Por qué me permite ver esto? Está claro que no me dejará salir de aquí vivo.

- Desde niño he creído en Dios. He leído sobre los castigos divinos, sobre la necesidad de redención por parte de los pecadores. Todos nosotros, en fin, malditos desde el nacimiento. Seres de corrupción infame, alabamos a un señor divino para descargar nuestra conciencia y aliviar nuestra existencia. Mas, nadie parece escuchar... Y, ¿sabéis qué? Hay que creer, hay que creer en el Señor, porque Él nos salvará.
- No entiendo nada ¿qué pretendéis decirme con eso?
- Decidme ¿creéis en Dios?
- Por supuesto. Si no fuera así, no trabajaría para la Santa Inquisición.
- Esa respuesta no es del todo convincente. Bien pudiera ser que trabajarais para ellos por temor...
- Poco importa lo que crea o lo que no. Habéis cometido un crimen y seréis juzgado por ello. Entregaos, por favor, no lo hagáis más difícil.
- El Señor respalda mis acciones. Con su Libro Sagrado extiendo la verdad en estas tierras abandonadas y consumo su obra más hermosa y perfecta- recita tal que si fuera una arenga de los domingos, en misa, al mismo tiempo que su aspecto cambia nuevamente.
- Parece que vuestro cuerpo se desinfla, padre- comento con sorna-. Quiero explicaciones, ¡ya!
- El Señor, el Señor Dorado- está muy nervioso-. Él ha venido a mí y me ha dicho lo que tenía que hacer. Acabar con los pecadores, mandarlos al Reino de los Cielos, y luego... devorar su carne infecta para purificar su cuerpo y que el espíritu no vagabundee por el reino de los vivos.

En ese momento miro para los cadáveres y descubro algo que inicialmente se me había escapado: les faltan partes del cuerpo, arrancadas, descuartizadas. Sin ojos, sin dedos, sin manos... Literalmente desangrados. Pura brutalidad.

- ¿Quién es el Señor Dorado?- pregunto, tratando de tirar más del hilo. El sacerdote quiere hablar, aunque podría ser una trampa o simple arrepentimiento, si bien dudo de esto último.
- El Señor Dorado, es el más importante de entre nosotros. Porque hay muchos más como yo, ¿sabéis? Muchos más, claro que sí, muchos más. Y Él reina en el palacio de Cristo, guiando a los pobres mortales, indefensos ante el pecado y el mal de Lucifer.
- ¡No puede ser! El Vaticano... Eso es una blasfemia.

La criatura, cada vez más pequeña, realiza una curiosa mueca con la boca, dejando al descubierto sus encías. Eso puede significar cualquier cosa, el sacerdote no confirma ni desmiente mi conjetura. Luego, mientras el brillo de sus ojos se vuelve más oscuro y hostil, da dos pasos hacia delante. Su cuerpo recuerda por momentos al hombre que yo conocía, bonachón y práctico.

Como accionado por un resorte, se lanza contra mí y me agarra por el cuello. Inesperadamente, es incapaz de moverme. No tiene fuerza. Desprovisto de su cuerno, de sus membranas, de todo, en resumidas cuentas, lo demoníaco que había en su ser, ante mí se yergue un hombre, totalmente normal.

Sus ojos llorosos, su mirada vacía. El pelo despeinado, en todas direcciones; sus dientes ennegrecidos a saber por qué... Y luego, veo cómo se cae al suelo, entre sollozos, repitiendo incesantemente que había pecado y que tenía que rendir cuentas ante el Señor y sus tribunales celestiales. Se lleva las manos a la cabeza y grita. Y llora y grita. Alternativamente, sin parar.

De rodillas, entre un jardín de muertos colgados. La locura más intensa, en su creación más disparatada. Matar a otros seres y devorar sus cuerpos y sus almas, creyéndose con la verdad, quizás dejándose guiar por algún tipo de doctrina sectaria. Y descubrir, paradójicamente, que el único extraviado por el camino había sido él. Que de tanto comer había quedado vacío por dentro.

En las investigaciones posteriores, se descubrieron compartimentos secretos esparcidos por toda la iglesia. Las figuras de los santos eran huecas por dentro y tenían unas cápsulas de substancias alucinógenas, que se liberaban al presionar una baldosa situada tras el altar. La neblina, el humo de aquella noche, había tenido mucho que ver con todo lo que había ocurrido. Yo había visto una criatura y quién sabe lo que habría visto el sacerdote. Pobre diablo.

Luego de dar la pertinente sepultura cristiana a los fallecidos, redactar el informe y entregar al cura a las autoridades en la ciudad, recibí orden directa de la Inquisición de dejar la investigación y no volver a ella nunca más. Punto muerto, hilo cortado. Mas ¿qué había de real en su locura?


Por Elemento Cero

lunes, 28 de septiembre de 2009

I beg you

Jueves, 20 de agosto de 2009; 7:29


Píntame, Madre Gaia, píntame otra vez de azul y verde y hazme olvidar el gris de mi corazón muerto...Muerto por la inconsciencia de unos seres inútiles que se creen con poder de someterme por tener raciocinio, se creen merecedores de lo que tienen por simplemente existir y todo aquéllo que tocan lo convierten en gris, en negro, en Nada, en oscuridad eterna...

Pinta mis mares de azul intenso, haz que vuelvan a brillar las estrellas en mi cielo azul, que la oscuridad que las rodea sólo sirva para que brillen más y más en la eternidad del universo infinito.
..

Pinta mis selvas de verde y deja que los árboles no dejen ver la inmundicia que les rodea, la maldad, la soledad del cemento y el hormigón de sus corazones malditos, de sus mentes retorcidas, de sus almas condenadas a no ver el sufrimiento que causan con cada uno de sus inútiles pasos y actos.
.

Píntame en eterno azul y mágico verde, hazme sonreir de nuevo cada vez que la Luna salga a deleitarme con su baile en mi cielo estrellado. Haz que llore y que mis lágrimas sean la lluvia que te alimente para que crezcamos unidas, para siempre y luchemos juntas contra su oscuridad maldita, contra su eterna perdición, contra la venenosa ponzoña que me quema por dentro, que destruye los mares, ríos y lagos que componen todo mi ser.

Gaia, píntame otra vez con tus hermosas manos, hazme descubrir de nuevo aquéllos azules y verdes tan hermosos, como tus ojos,...tus hermosos ojos verdes y azules que cada día me miran con pena y tristeza, viendo cómo, poco a poco, me convierto en la sombra de mí misma, por culpa de un error que debe de ser restaurado y corregido.

Aplica tu juicio, haz que se arrepientan de todo aquéllo que han hecho mal, y libérame para que pueda combatir a tu lado, mano a mano, juntas, como siempre ha sido y siempre será.

Gaia, escúchame, no perdones más, no lo hagas, ¿qué más necesitas para actuar, Madre? Tu hija Tierra está llorando a tu lado día a día, por favor, Gaia, concédeme el poder, libérame y vuelve a usar tu paleta de colores para que sonría de nuevo, para que sea feliz otra vez, para que viva siempre y respire el aire puro de tus pulmones...Delvuélveme la vida que me han arrebatado, Gaia, oye mi llamada y hazme libre...Madre, ¿me oyes?...


-Así sea, Tierra y Gaia por siempre unidas, no llores más , mi niña, no llores más...El momento ha llegado, volverás a brillar en Azul y Verde...-



Por Lilithkhaos

domingo, 20 de septiembre de 2009

Hojas caídas

Domingo, 20 de septiembre de 2009


Llega el otoño, mi época favorita. El ambiente frío de estos meses del año me resulta algo sumamente reconfortante que me empuja a pensar y pensar. Hay tantos olores que estimulan mi memoria…

Los últimos coletazos de vida emergen ahora, justo entre dos luces diametralmente opuestas, antes de la visita de la diosa Skadi y sus ejércitos de hielo.

Salir fuera de casa y, aunque haga sol, notar el viento fresco no tiene precio. Andar y andar sin llegar a experimentar el desagradable e intenso calor del período estival. Para mí éste es un momento ideal para reflexionar y escribir, para hacer muchas cosas, incluso viajar por el mundo- aunque ahora mismo no pueda-. Quizá porque nací en otoño esta época es tan cercana a mi persona; me siento identificado con el aspecto decaído del bosque y el silencio tímido que lo inunda.

Y la lluvia, el olor a tierra húmeda, a hojarasca, crujiendo bajo mis pies, a los árboles mecidos por heladas brisas. Y los pájaros que van de aquí para allá, junto con el retorno de los cuervos y sus característicos graznidos, seña de identidad del otoño en su máximo esplendor. La naturaleza se prepara, anticipa el invierno…

Los animales más previsores y trabajadores reúnen provisiones para el último trecho del año… Los árboles cambian la pigmentación de su follaje, aportando un tono tostado a los bosques. Un tono melancólico. Se ven oleadas de nubes violáceas que descargan su contenido sobre la tierra, una detrás de otra, mientras los días continúan menguando y las noches tejen mantos largos. El sol se transforma en un ojo pálido y sin fuerza…

No sé por qué, pero esta época evoca imágenes muy concretas en mi mente. Zorros correteando entre los arbustos, halcones solitarios que dormitan sobre una rama al resguardo del viento gélido del norte… Todo se reduce a un conjunto, a una imagen idealizada. Pero viento, agua y frío van unidos, y me encanta.

Nací en un pueblo, crecí allí. Rodeado por la naturaleza, el otoño se vuelve más intenso. Caminar entre vetustos robles, sobre las alfombras y los tapices de hojas caídas, me transporta a otra época. A una época sin carreteras, ni vehículos contaminantes.

Regresar al bosque en otoño es como viajar a un pasado remoto. A un pasado con aire límpido y bosques llenos de vida. Precisamente ahora, cuando la vida agoniza antes del invierno, todo es mucho más hermoso. Porque hay tanto silencio, que el solitario piar de un pájaro aporta una sinfonía incomparable a un marco de ensueño.

Y, fuera de toda duda, me hace sentir mejor que en ningún otro momento a nivel personal. Lástima que el cambio climático haga de la suyas.

Por Elemento Cero

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Parchís (2ª Parte)

Flatulencias y sus daños colaterales
No es posible. No entiendo como se pueden estar moviendo las piezas. Nadie hay aquí a parte de mí. Es inaudito.


Me quedo observando detenidamente. Mi respiración enloquece. Poco a poco pasa de ser profunda y ruidosa, a totalmente imperceptible. Me siento como esos personajes de película. Esos que se esconden de alguien de tal manera que su vida depende de ello. No hay ruido. Solo el de las fichas deslizándose a través del tablero. Un sonido áspero y horrible.
Sí, definitivamente son escalofríos.


Ya no puedo aguantarlo más. Me doy la vuelta e intento abrir la puerta. Es inútil. Está cerrada. ¿Pero qué está pasando? ¿Qué hay en mi casa? Los sudores se apoderan de mí como si de una plaga de insectos se tratase. Pero no son sudores normales. Mas bien son gotas de agua nacidas del pánico.


Entonces intento tranquilizarme. Quiero pensar que esto es un sueño. Cierro los ojos y respiro profundamente. Permanezco relajado en la medida de lo posible...


...Pasan alrededor de cuatro minutos y medio hasta que los vuelvo a abrir...

Alzo la vista de nuevo. Todo sigue igual. Igual de vacía la estancia. Vacía, excepto un cojín extra que ahora hay junto a uno de los lados de la cuadrada mesa en donde descansa el trablero del juego fantasma, justo enfrente mía. Definitivamente esto tiene que ser un sueño.


Esta aparición parece una carta de invitación para sentarme. No tengo nada mejor que hacer. Así que mejor me siento. Cruzo las piernas y apoyo el mentón sobre el puño izquierdo. Me acomodo y presencio el espectáculo, si se puede llamar así.
En ese preciso momento, las fichas se dejan de mover. Parezco ir a contracorriente. Espero pacientemente de todas formas. Al cabo de 10 minutos, las fichas continúan inmóviles. Y entonces decido echarme la siesta. El cojín me puede servir de almohada. Algo bueno tenía que tener. Y en un santiamén me quedo dormido, acurrucado en aquel lugar impoluto. Frío, angosto, pero agusto.

...


De allí a un tiempo indeterminado me despierto sobresaltado. Me encuentro en medio de la habitación, acostado sobre lo que por el tacto parece una alfombra y con un ruido de fondo: La televisión. No puedo evitar mirar a mi alrededor nervioso mientras me levanto de forma atropellada. Demasiada información entra por mis ojos. ¡Esto está tal cual como yo recordaba que era el salón hace tiempo! Los sofás, los armarios, la mesa, las sillas, la lámpara... y la mesa en medio de la alfombra. La misma mesa en la que había estado observando moverse las fichas del parchís antes de quedarme dormido. Miro hacia la tele, y en el mismo instante, deja de transmitir imágenes. Solo se ven puntitos negros y blancos. Se siguen sucediendo fenómenos extraños. ¿O aquello era producto de la casualidad? Ya no sé nada.
Aún así, pruebo a cambiar varias veces de cadena. Mala suerte: no hay señal. Quiero probar el reproductor de los dvd's, pero en seguida me doy cuenta de que me es imposible. No hay de estos. La curiosidad se apodera de mí. Empiezo a rebuscar dentro de las puertas del armario principal. Sólo hay vajilla. Vajilla y más vajilla. Lo único para lo que vale es por si en algún momento quiero desahogarme con ella. Para nada más. No hay nada más. Ni siquiera monedas o restos de comida debajo de los cojines de los sofás. Nada.
Ya cansado de buscar, decido sentarme en un sillón a pensar tranquilamente. Medito. ¿Y si pruebo a gritar por si alguien me escucha desde fuera? Es una opción válida, aunque inútil. Aparte de mis rasgados alaridos, no escucho ruidos. Insonorizada son los tabiques. Insonorizadas están las escaleras, que abarrotadas de silencio se hallan. Estoy solo. Solo, y con mi garganta dañada y gastada por el esfuerzo. Simplemente solo.


Definitivamente tengo razones para sentirme confuso. La situación es preocupante. Me levanto. Mientras ando, me pongo a discurrir. Llego a la conclusión de que alucinaciones no han podido ser. En la vida he tomado drogas. Y sueños tampoco. No recuerdo haber tenido síntomas de somnolencia con anterioridad a esto. Entonces... ¿Qué demonios está pasando aquí? ¿Acaso me estaré volviendo loco? ¿Alguien me está gastando una broma?
No puede ser. Algo raro sucede y no sé cómo explicarlo.


Entonces, me giro para volver a intentar abrir la puerta que se encuentra detrás mía. La misma por la que he accedido a la sala. No se abre. Sigo en las mismas. Sigo estando encerrado. Me digo: -Maldita sea.-
Desesperadamente, vuelvo a mirar hacia la dichosa mesa, dueña y reina de aquellos aposentos, además de mis últimos pensamientos. Y allí está de nuevo: el tablero de parchís. No me había fijado de la primera vez, luego de volver en mí, pero ahora me doy cuenta de que está acompañado por unos cubiletes y un dado. Entonces se me ocurre algo. Puedo probar a jugar. Aunque sólo sea para matar el tiempo y esperar a que llegue alguien. No sé lo que está sucediendo, pero algo me dice que la cuestión radica en este juego. Ha sido el denominador común de las últimas horas. Seguramente pueda ser que las respuestas a todas mis dudas las encuentre si juego. Tengo que probar al menos. ¿Qué más puedo hacer? Ni siquiera la tele funciona ya.
Así pues, me acerco a la mesita. Me agacho a coger el cojín y me siento de la misma forma que de la vez anterior. Saco los cubiletes de la caja, con sus respectivas fichas. Apreso el numerado cubo con mis temblorosos dedos, y me dispongo a jugar como lo había hecho tantas veces de pequeño. Yo contra mis otros tres yos. Como en un solitario, pero en modo parchís.


La partida empieza ya. Todos los colores tienen alguna ficha fuera de casa. Y avanzan frenéticamente. Algún color más lento que otro, pero avanzan. En nada se meten en terreno ajeno. A medida que pasa el tiempo, comienzan a sucederse en mi mente las imágenes de mí mismo en un pasado remoto divirtiéndome de aquella misma forma. Siempre mientras aprendía a defenderme de las jugarretas que me pudieran hacer mis amigos en venideras partidas. Jugando y aprendiendo. Es fascinante. Me siento niño otra vez.
Sigo jugando y jugando, hasta que me toca salir con una de mis fichas: las rojas. Si me preguntasen ahora con qué color quisiera ganar la partida, diría este sin dudarlo. Pienso: -Mira tú, encerrado y pensando en trivialidades-. O no. Quizá es esto lo que me impide volverme loco...
Salgo de la casilla 39, la escudada al lado de la casa, para terminar por caer en la 42. Justo por detrás, en la 36, se encuentra una ficha azul. En ese mismo instante, con el cubilete rojo aún en la mano, tiro para que pueda avanzar ésta última. Y sale un 6. La azul come a la roja y tengo que meterla en casa de nuevo. La azul cuenta 20. 1, 2, 3, 4, 5... y así hasta 20.


Y en ese preciso instante en que finalizo la cuenta, siento como una especie de inmenso golpe en el estómago...


...


Abro los ojos. Me doy cuenta de que todo ha sido un sueño. Lo sabía. Según me reincorporo, advierto que lo hago desde la misma posición desde la que me dispuse a dormir la siesta. Siempre en aquella misma inhóspita habitación, con la misma mesa e idéntico tablero sin cubiletes ni dados. Las fichas seguían estando colocadas como de la primera vez. Lo único que no me cuadra en las cuentas es el tremendo dolor que siento en la zona abdominal. Me agarro el vientre. Es un dolor como para retorcerse y no parar. ¿Ha sucedido todo eso de verdad, o simplemente son imaginaciones mías? Sigo sin entender nada.


Así, mientras me quejo a mí mismo de mi desdicha, una imagen ya no tan extraña llega a mis pupilas como un atronador terremoto. De nuevo, las fichas azules se mueven por sí mismas... pero ya no están tan solas. Las acompañan las verdes....
Madre mía, ¿pero qué está pasando? ¡Que alguien me ayude, por favor!


Y una voz lejanamente familiar y en forma de eco desgarra mi mente de un lado a otro: ¡Juega, Renato, juega! Haz lo que te digo... ¡¡¡JUEGA, MALDITA SEA!!!

Por Marcos Pantani

lunes, 31 de agosto de 2009

Parchís (1ª Parte)

Soy hombre: como una y cuento veinte.
Se abre la puerta del piso. Un chirrido incomoda mis sentidos. Tacto y oído se unen en asamblea para quejarse a la directiva encefálica. No tardan poco en unirse el olfato y la vista. La empresa decide declararse en números rojos. Estado de máxima alerta. Los miembros comienzan a temblar. Sufren. La entrada está vacía. Se respira humedad.


Abro una puerta a mi derecha. No hay nada. Abro la siguiente. Nada. Otra. Lo mismo. Todas están carentes de todo. Menos de los tabiques.
Prosigo por el pasillo y lo único que diviso son manchas que anegan las otrora inmaculadamente blancas paredes. El piso se resquebraja bajo mis pies. Aquello no era madera. Sigo abriendo puertas, pero no hago mas que ver habitaciones pintadas por un payaso. Tonos diferentes para cada estancia. Una verde lima, la otra amarilla, la siguiente azul cielo, una anaranjada... y así hasta terminar con todas. Siento frío. Me pongo la chaqueta. ¿O son escalofríos?


Decido volver sobre mis pasos hasta el hall. He sentido un murmullo. Hay alguien allí. Acciono la manilla de la primera puerta abierta...
Ahora hay una mesa con algo encima. Me acerco paulatinamente y descubro un tablero de parchís. Mis ojos observan en que allí no hay cubiletes. Ni existen dados. Y lo más curioso es que las fichas están colocadas de forma que indican que allí se ha estado jugando una partida. No entiendo lo que ocurre...


Tengo miedo. Y finalmente, la sangre se me congela.


Las fichas azules comienzan a moverse solas...


Por Marcos Pantani

sábado, 29 de agosto de 2009

Me gusta... (Poema castellano)

♫ Mi corazón ne-na, mi corazón ne-na ♫
Estos días me han rondado varias ideas por la cabeza. Me apetecía escribir algo de profundo significado que de lo que solo yo supiera lo que quería decir con ello. Un poco a imagen y semejanza del estilo del que para mí hacen gala algunos blogs tan estupendos que suelo leer. Me ha rondado también escribir una historia en prosa, sin imágenes al estilo manga, con las variantes del mismo tipo. Han sido tantas cosas. Lo que ocurre es que esa historia me llevará su tiempo porque aún está en proceso de gestación. Quedan muchas cosas de las que informarse e investigar. Y es que uno se cansa de ese estilo tan directo que lo caracteriza. De ahí que quiera explotar mi faceta más poética y artística. Poética desde el punto de vista prosaico, claro.


Por eso, y para no estropear la supesta entrada futura, he decidido ponerme un tanto romántico, y en vez de comenzar ahora y estropear el cuerpo de dicha entrada, de paso que explico estos nuevos pasos en mi sendero polifacético, expongo uno de mis poemas (este sí que puede ser considerado como tal), el cual dedico a la persona que me acompaña en los momentos más difíciles. Esa persona que consigue que piense en ella cuando me siento sólo. Esa mujer que consigue que la llama de mi corazón siga encendida en medio de la habitación más claustrofóbica. Esa mujer que quema todos mis miedos con un abrazo y una sonrisa. Esa que se merece todos mis halagos. Ella.
(Adviertencia: los versos de este poema no están del todo casados, siguen un mismo esquema y las rimas son bastates frecuentes. Nada del otro mundo)


Me gusta cuando nieva,
adoro tus manos frías,
me place calentarlas
y así pasar varios días.


Me gusta ver seis sonrisas
llorando por una vida,
me gusta cómo la tristeza
se calla y de ti no se chiva.


Me gusta comprobar los pasos,
que das de camino a tu muerte,
sin llegar a arrepentirte de nada,
jugando a tope tu suerte.


Me gustan los balanceos
que surgen del inmovilismo,
me gusta el silencio que nace...
de tus pies heridos.


Me gustan tus pensamientos,
cuando mutan y permiten,
que los míos en ti me dejen...
entrar y a tu alma griten.


Me gusta decir que tú,
no puedes seguir adelante
y necesitas toda la fuerza,
de mi fortaleza jadeante.


Adoro el minúsculo brillo en tus ojos,
sincero en los días de invierno,
indefenso ante el frío nival
que todo lo congela en el tiempo.


Me gusta el olor a praderas,
también las nubes de algodón,
me encataría ser la presa
de las zarpas de tu corazón.


Me gusta sentirme querido
por todo el mundo en general,
pensar que tu amor solo es mío
y supera todo lo demás.


Me encantan esos momentos,
en los que te declaro toda mi iusión
arrodillarme ante tus secretos
del tono del papel charol.


Me gusta el olor de la playa,
el rico aroma a Viveiro,
y más me gusta el campo
que adorna el paisaje de Naseiro.


Me gusta el olor a hierba fresca,
me encantan los cielos azules,
disfruto de las tormentas
en tus cabellos gandules.


Y prefiero la primavera,
además de la montaña,
también las dunas de arena
cuando sé que tú me hablas.


Me gustan también las dos ruedas,
enamorado estoy de las alturas...
subo sin parar todas las cuestas
para mostrarte aún más mi ternura.


Y me chifla desayunar pasta,
y de merienda chocolate,
sentir que por ti cada...
día el corazón más me late.


Y necesito la sinceridad,
al igual que la blancura
acompañada de otros muchos colores,
encadenados a tu dulzura


Y me gusta la transparencia,
me encanta el cariño que todos
reflejan por tu belleza...
¡No podía ser de otro modo!


No puedo evitarlo mi niña,
guapa, bonita, me gustas,
no puedo dejar de decirlo,
preciosa, cariño, me gustas.


Porque...


Me gusta de dónde eres,
y amo en sí Viveiro,
me encanta aussi Landrove,
¿Y por qué no dedicarte un Te quiero?


Por Marcos Pantani

sábado, 20 de junio de 2009

Mi amigo el gorrión


Hoy me ha ocurrido una cosa preciosa. Y sí, suena cursi, lo sé, pero es que la ocasión lo merece puesto que no todos los días se entra en cariñoso contacto con un ave salvaje. Este era ni más ni menos que un gorrión. No es que nunca haya tocado a un pájaro pero lo que sí es cierto es que de esta manera nunca a uno salvaje.


El caso es que estaba tan tranquilo en la habitación del cuarto en la casa de la aldea cuando me avisó mi tía para que bajara un momento. Entonces, y como de costumbre, tardé en reaccionar unos instantes para luego salir del cuarto, cruzar el pasillo del piso de arriba (si se le puede llamar así, claro) y bajar las escaleras para llegar a la cocina, en la que estaba la chillona acabando de limpiar a unos queridos polluelazos de gallina que ya habían pasado al purgatorio de las Rapaces. Y digo Rapaces porque al menos, en lo que me constan, estas acababan de entrar en la madurez hacía poco (chiste: recomiéndase mirar la palabras chavales en gallego). Pobres descrestados y decapitados...
En fin, lo cierto es que me me puso en aviso mi madre eventual de que había un gorrioncillo enganchado en las redes del gallinero, y lógicamente, para allá fui presto a liberarlo. Mi reacción fue sorpresiva.
Cuando vi a aquel pobre desgraciadillo me di cuenta de que estaba clavado en la red como si de una pluma de bádminton se tratase. Procedí a soltarlo sosteniéndolo con una mano mientras con la otra intentaba separar sus garras de aquella maraña de hilos plásticos. Era un trabajo tedioso y a prueba de pacientes. Cuando quitaba las tres uñitas de delante, me quedaba la trasera, con lo cual centraba mi interés en esta última, pero luego de finiquitar esa labor me daba cuenta de que lo hecho con anterioridad no había servido para nada. Tenía miedo, y es comprensible, porque al fin y al cabo es un animal y se guía por instinto, pero resulta gracioso si lo miramos desde el punto de vista de que yo era el ser inteligente y con capacidad de raciocinio. Bastante hacía ya...
Pero ese no era el mayor problema. Y es que mi curioso amiguito al que nunca olvidaré, estaba incrustado de lo lindo, con medio cuerpo enmarañado, y con una pata presa de una soga hecha en el momento del impacto. Aquello no había quién lo desencajase... Por eso cedí definitivamente en mi empeño y me rebajé al uso del cuchillo.


(Momento suspense...)


¡Y NO LO MATÉ! (Lo que hace el aburrimiento...)
Deshonrodamente cedí en mi auto-impuesto objetivo de liberar a mi amiguito sin cortar la red tal y como mi tía me había sugerido en un principio. Así que luego de que se me facilitase el utensilio de cocina, empezaría a cortar lo que había asemejado más simple a primera vista. No una ni dos, sino hasta cinco o seis veces tuve que cortar para liberar al gorrioncillo. Luego de llevar a cabo su fuga de aquella cárcel, se escapó de mis manos para corretear por toda la asfaltada aira (para los no gallego hablantes la definiría como la zona dentro de una propiedad por lo general colindante a una vivienda en la que los animales domésticos dan rienda suelta a sus fechorías, bienentendidas por supuesto) hasta meterse entre un montón de leña, la cual por suerte no era abundante, o al menos en aquella parte tanto de anchura como de altura, y en la que precisamente había solamente un trozo entre la pared de chapa y yo. Corretear... Corretear... Eso me llevó a pensar que las consecuencias de su kamikazismo le habían salido un poco caras. Debía tener una ala malherida.
Siguiendo con la hazaña del amiguete, que más bien parecía el hermano gemelo de la protagonista de Novia a la fuga (Julia Roberts, creo), el caso es que empecé a apartar leña hasta que nuestro peculiar soldado de guerra Forrest Gorriump volvió a salir disparado hasta meterse en la parte baja de lo que otrora fue una pedregosa parrilla (o como se llame) no muy diferente a las que suelen poblar los merenderos. En ese momento pensé que cómo lo iba sacar sin mancharme y sin apartar toda aquella porquería llena de musgo. Al final lo hice, pero allí quedó a la intemperie toda aquello, ya que al menos yo no lo volví a colocar. Pero como es lógico, y luego de agacharme e introducir mi mano amistosa para capturarlo, volví a advertir como nuevamente huía hacia el cimentado desierto tal que una avestruz sprintando en el justo instanste que mis oidos sentían un zumbido al pasar el AVE por delante de mis santos morros. Y así comenzaría el gran premio... Mientras yo corría detrás con postura aerodinámica, además de con sumo cuidado de no pisarlo, nuestro héroe se deshacía en llantos al tiempo que intentaba equilibrarse con sus alas mientras zapateaba sin descanso, aunque eso sí, hasta donde pudo el pobre, porque a no mucho tardar divisé un extraño derrape (lo vi a cámara lenta jaja) por su parte que aproveché como el mejor de los predadores para terminar todo aquel barullo con un cariñoso apretón. O al menos por mi parte. Creo que no llevaba bien reglado su reparto de pesos jaja.


Entonces, comencé a examinar sus patitas, y luego sus alas, para comprobar que la derecha de estas últimas parecía algo tocada. Mientras lo agarraba con la mano izquierda lo acariciaba con la derecha, mientras él parecía agradecer esas muestras mimosas por mi parte cerrando los ojos en señal de aprobación. Fue ahí cuando pensé que no había sentimiento más maravilloso en el mundo: Que un animal silvestre como aquel me terminara por coger cariño... ¡Qué sensación, ¿no?!
Y yo, por supuesto, ya no recordaba cuando hacía unos minutos, y de primeras, justo cuando iba a iniciar los trámites de su divorcio, se me había sulfurado todo, intentando ya no safarse simplemente de aquella trampa, sino de evadir mi amenazante presencia. Muestra de ello eran sus volteretas sobre sí mismo mientras que se enredaba más o sus ráfagas de mosdiscos en el dedo índice de mi mano izquierda durante segundos en un aprieta-desaprieta como si padeciese síndrome destornillador. Fue en ese momento cuando se me vino a la cabeza una escena de la película Colmillo Blanco en la que el lobo roía con fiereza el brazo del que a la postre sería su inseparable amigo humano. Bonita imagen.


Pero acabó por ser olvidado. Terminó por confiar en mí. y por notársele cómodo, y eso me produjo un sentimiento irrepetible. Pareció además surgir como una especie de entendimiento cuando al abrir mi mano, no saltó ipso facto, como si en verdad se lo estuviera pensando; para luego planear hasta el suelo, del que volvería a despegar hasta una de las columnas de la cancilla del/de la aira. Y ahí me despedí y lo perdí de vista. No sé si al final terminó por despegar pero espero que así fuese por su bien...


Y creo que nada más. Espero que os haya gustado esta experiencia porque creo que ha merecido la pena, ya no solo vivirla y disfrutarla, puesto que eso ya ni se cuestiona; sino más bien redactarla y detallarla absolutamente, ya que además de que es raro que encuentre algo que tenga el honor de ser compartido, me ha parecido apropiado hacerlo de esta manera para darle además un aire más gracioso a través de varias nomenclaturas dadas por mi aleatoria imaginación, y en según qué situaciones.
Muchos ya lo sabéis, pero si alguna vivencia merece la pena, es aquella compartida con otros seres vivos, especialmente si son pequeños animalillos como este.
Qué le voy a hacer. Los animales son unas de mis debilidades. De ahí mi vena sensible. Y más cuando uno termina de ver la serie Blue Submarine Nº6, que me fue recomendada por un gran compañero y amigo, y cuya temática es sorprendentemente la justa base de sus teorías, razonamientos y pensamientos. Y es que cada día que pasa, encuentro más convergencias entre su forma de pensar y la mía. Los animales u otros seres son objeto de crueles tratos en demasiadas ocasiones por parte nuestra. Y por supuesto, no lo merecen. Demasiada intolerancia, demasiado odio, demasiada ignorancia e indolencia llevan a cabo demasiadas atrocidades. Mientras intentaba quitar al pájaro de aquella red era lo que pensaba. De ahí que le hablara como a un bebé, esperando una inexistente respuesta. Una respuesta de convivencia. Por eso, sin duda alguna, esta serie la situaré como una de mis preferidas dentro de mi jerarquía. Ha sido corta pero intensa. Y además son excesivamente razonables las preguntas que le suscitan al espectador. Lo dicho, o al menos indirectamente: "Con la naturaleza nada más se juega para convivir y ser felices en ella, y no para dominarla y acomodarla a nuestros inútiles caprichos que por otra parte, serán erradicados por la misma". El ser dueños de este mundo es una utopía que solo creerán los más estúpidos. Nosotros somos la Tierra, y la Tierra está en nosotros. Uno sin el otro no tiene sentido.
Ese gorrión estaba en mí y yo era ese gorrión. Deberíamos pensar por qué por ejemplo celebramos la fiesta del toro. Una tontería sin sentido que no provoca más que beneficios a una panda de indolentes caprichosos hipócritas de clase alta que entienden lo que les da la gana de lo bueno de una tradición. Los conservadores en ese sentido no se paran a pensar si eso es necesario. Va bien tal y como está... ¡Ala! Que nos zurzan a los demás mientras ellos se regodean en su poder.
Si al menos esa carne sirviera para algo o se dejara comer. ¡Cuánta hambre hay en el mundo y cuánta inmoralidad por no enviar al menos eso al 3er mundo!


Por Marcos Pantani

lunes, 25 de mayo de 2009

Se quixese... (Poema Galego II)

Y aquí va el segundo poema que tenía compuesto desde hacía un tiempo. También en gallego, por supuesto. Tengo varios fragmentos de muchos amagos de poemas, pero ocurre que muchos me dan como cierta vergüenza ajena por lo especial de su contenido. De hecho, algunos si los publico será con modificaciones. Por ejemplo, si un poema se llamase Oda a los granos de pús lo pasaría a llamar Oda a los granos de pús B o Oda a los granos de pús reventados, o algo así. Era una broma. Bueno, no sé; me lo pensaré. El caso es que aquí va otro poema, el cual, es otro claro ejemplo de un recurso muy usado por mí, y que se ve reflejado en parte en el anterior poema: el uso del condicional al inicio de cada verso. Aún así, espero que os agrade, aunque he de avisar que es un trozo bastante normal; nada del otro mundo.


Because the best films only exist in our imagintaion & dreams. For seeing them it's necessary awake them from the bottom of our hearts.


Se quixera ve-lo Sol
iría ata a túa casa,
encendería a luz do cuarto
e fitaría para a túa cara.


Se quixese ver Estrelas,
iría ata a casa dela
abriría a súa lacena,
xantaría a súa merenda
e de almorzo, magdalenas,
¡Qué brilantes son seus ollos!
¡Qué ricas son súas pernas!


Se quixera ver Planetas,
iría ata o teu lar,
e ollaría a túa testa
cómo fai ao rotar.


Se quixese ver Eclipses,
miraríame nun espello,
porque tapando o meu ollar
está sempre o teu de esguello.


Pero aínda así con todo,
se te quixera namorar,
nadaría de aquí á Lúa,
pra non verte chorar,
apretar ben o sorriso
de xeo, mel e sal,
que nos dedica o astro frío
xusto antes de xogar,
e así sexas feliz
e así me mires leda,
porque non hai cousa no mundo,
que de tal maneira me encha.


Por Marcos Pantani

sábado, 23 de mayo de 2009

Morrer amando (Poema galego I)

Al final pude encontrar mis amagos de poema entre un libro prestado que felizmente por todos los motivos se ha devuelto hoy a su propietario. Entre sus páginas se ubicaban los folios garabateados entre los que pude apreciar mis obras, de las cuales dejo una pequeña muestra. Quizá, es de las más largas, debido a lo difícil que me resulta la composición de los mismos. Son muchas cosas las que trabajar en un poema, y no solo la rima, por eso en algunos casos puede que no haya una cohesión suficiente entre cada estrofa, además de que entre cada una de ellas la estructura es diferente, debido a las diferentes medidas silábicas. Lo que sí atestiguo es el hecho, y que seguro se notará, de ir sacando rimas con un ritmo un tanto martilleante y acelerado, semejando seguir una excesiva clásica corriente de recurrir a la rimas asonante y consontante casi en cada verso. A pesar de esto, lo que sí está claro es que han nacido en mis manos y que a medida que publique, me motivación crecerá para terminar llevando a cabo obras mucho más trabajadas. Espero que guste.


Eu quixérame bañar,
na túa dulzura, na túa maxia
e non volver apreciar,
nunca máis esta inquedanza.


E quen fora man de santo
bicarche os pés e axeonllarme
e pedir ou rogarlle a Deus,
desexar non quererte tanto.


Sen ti non podo ter,
nin sangue na testa
nos brazos e pernas,
nin penso que eu teña
todo o que un home ten.


Dame aire, non respiro
teño fame, quero bicos
dame apertas, teño frío
falta algo, está contigo.


Se non puidera ver
gustaría ser tatexo,
para non equivocarme
ao pasares ti moi preto,
e dicirche o que sinto
anxo meu, do meu peito
síntoo moito, é instinto
non che falo, non te vexo.


Estar só non é bonito
falto de amor, sí me sinto
xa me chega o viño tinto
pra olvidar o teu retiro.


Todo canto teño, todo canto afogo
nin queimar libros sei, no lume novo.


Por Marcos Pantani

jueves, 1 de enero de 2009

Foro

Esta página me gustaría que se usara a modo de foro. Debates, opiniones, sugerencias y demás temas que un futuro puedan tener cabida en este blog me gustaría que tuvieran un lugar destacado en este pequeño rincón. Así que sin complicarme la vida mucho podéis dejar vuestros comentarios al respecto como en cualquier otra entrada. Y en un futuro ya veré si más adelante abro enlaces a otras entradas con sus respectivas temáticas.

Nada más. Solo espero que os parezca buena la idea y le déis tanto uso como sea de vuestro agrado u os sea posible.

Un saludo a todos.


Por Marcos Pantani

 
Powered by Blogger