sábado, 20 de junio de 2009

Mi amigo el gorrión


Hoy me ha ocurrido una cosa preciosa. Y sí, suena cursi, lo sé, pero es que la ocasión lo merece puesto que no todos los días se entra en cariñoso contacto con un ave salvaje. Este era ni más ni menos que un gorrión. No es que nunca haya tocado a un pájaro pero lo que sí es cierto es que de esta manera nunca a uno salvaje.


El caso es que estaba tan tranquilo en la habitación del cuarto en la casa de la aldea cuando me avisó mi tía para que bajara un momento. Entonces, y como de costumbre, tardé en reaccionar unos instantes para luego salir del cuarto, cruzar el pasillo del piso de arriba (si se le puede llamar así, claro) y bajar las escaleras para llegar a la cocina, en la que estaba la chillona acabando de limpiar a unos queridos polluelazos de gallina que ya habían pasado al purgatorio de las Rapaces. Y digo Rapaces porque al menos, en lo que me constan, estas acababan de entrar en la madurez hacía poco (chiste: recomiéndase mirar la palabras chavales en gallego). Pobres descrestados y decapitados...
En fin, lo cierto es que me me puso en aviso mi madre eventual de que había un gorrioncillo enganchado en las redes del gallinero, y lógicamente, para allá fui presto a liberarlo. Mi reacción fue sorpresiva.
Cuando vi a aquel pobre desgraciadillo me di cuenta de que estaba clavado en la red como si de una pluma de bádminton se tratase. Procedí a soltarlo sosteniéndolo con una mano mientras con la otra intentaba separar sus garras de aquella maraña de hilos plásticos. Era un trabajo tedioso y a prueba de pacientes. Cuando quitaba las tres uñitas de delante, me quedaba la trasera, con lo cual centraba mi interés en esta última, pero luego de finiquitar esa labor me daba cuenta de que lo hecho con anterioridad no había servido para nada. Tenía miedo, y es comprensible, porque al fin y al cabo es un animal y se guía por instinto, pero resulta gracioso si lo miramos desde el punto de vista de que yo era el ser inteligente y con capacidad de raciocinio. Bastante hacía ya...
Pero ese no era el mayor problema. Y es que mi curioso amiguito al que nunca olvidaré, estaba incrustado de lo lindo, con medio cuerpo enmarañado, y con una pata presa de una soga hecha en el momento del impacto. Aquello no había quién lo desencajase... Por eso cedí definitivamente en mi empeño y me rebajé al uso del cuchillo.


(Momento suspense...)


¡Y NO LO MATÉ! (Lo que hace el aburrimiento...)
Deshonrodamente cedí en mi auto-impuesto objetivo de liberar a mi amiguito sin cortar la red tal y como mi tía me había sugerido en un principio. Así que luego de que se me facilitase el utensilio de cocina, empezaría a cortar lo que había asemejado más simple a primera vista. No una ni dos, sino hasta cinco o seis veces tuve que cortar para liberar al gorrioncillo. Luego de llevar a cabo su fuga de aquella cárcel, se escapó de mis manos para corretear por toda la asfaltada aira (para los no gallego hablantes la definiría como la zona dentro de una propiedad por lo general colindante a una vivienda en la que los animales domésticos dan rienda suelta a sus fechorías, bienentendidas por supuesto) hasta meterse entre un montón de leña, la cual por suerte no era abundante, o al menos en aquella parte tanto de anchura como de altura, y en la que precisamente había solamente un trozo entre la pared de chapa y yo. Corretear... Corretear... Eso me llevó a pensar que las consecuencias de su kamikazismo le habían salido un poco caras. Debía tener una ala malherida.
Siguiendo con la hazaña del amiguete, que más bien parecía el hermano gemelo de la protagonista de Novia a la fuga (Julia Roberts, creo), el caso es que empecé a apartar leña hasta que nuestro peculiar soldado de guerra Forrest Gorriump volvió a salir disparado hasta meterse en la parte baja de lo que otrora fue una pedregosa parrilla (o como se llame) no muy diferente a las que suelen poblar los merenderos. En ese momento pensé que cómo lo iba sacar sin mancharme y sin apartar toda aquella porquería llena de musgo. Al final lo hice, pero allí quedó a la intemperie toda aquello, ya que al menos yo no lo volví a colocar. Pero como es lógico, y luego de agacharme e introducir mi mano amistosa para capturarlo, volví a advertir como nuevamente huía hacia el cimentado desierto tal que una avestruz sprintando en el justo instanste que mis oidos sentían un zumbido al pasar el AVE por delante de mis santos morros. Y así comenzaría el gran premio... Mientras yo corría detrás con postura aerodinámica, además de con sumo cuidado de no pisarlo, nuestro héroe se deshacía en llantos al tiempo que intentaba equilibrarse con sus alas mientras zapateaba sin descanso, aunque eso sí, hasta donde pudo el pobre, porque a no mucho tardar divisé un extraño derrape (lo vi a cámara lenta jaja) por su parte que aproveché como el mejor de los predadores para terminar todo aquel barullo con un cariñoso apretón. O al menos por mi parte. Creo que no llevaba bien reglado su reparto de pesos jaja.


Entonces, comencé a examinar sus patitas, y luego sus alas, para comprobar que la derecha de estas últimas parecía algo tocada. Mientras lo agarraba con la mano izquierda lo acariciaba con la derecha, mientras él parecía agradecer esas muestras mimosas por mi parte cerrando los ojos en señal de aprobación. Fue ahí cuando pensé que no había sentimiento más maravilloso en el mundo: Que un animal silvestre como aquel me terminara por coger cariño... ¡Qué sensación, ¿no?!
Y yo, por supuesto, ya no recordaba cuando hacía unos minutos, y de primeras, justo cuando iba a iniciar los trámites de su divorcio, se me había sulfurado todo, intentando ya no safarse simplemente de aquella trampa, sino de evadir mi amenazante presencia. Muestra de ello eran sus volteretas sobre sí mismo mientras que se enredaba más o sus ráfagas de mosdiscos en el dedo índice de mi mano izquierda durante segundos en un aprieta-desaprieta como si padeciese síndrome destornillador. Fue en ese momento cuando se me vino a la cabeza una escena de la película Colmillo Blanco en la que el lobo roía con fiereza el brazo del que a la postre sería su inseparable amigo humano. Bonita imagen.


Pero acabó por ser olvidado. Terminó por confiar en mí. y por notársele cómodo, y eso me produjo un sentimiento irrepetible. Pareció además surgir como una especie de entendimiento cuando al abrir mi mano, no saltó ipso facto, como si en verdad se lo estuviera pensando; para luego planear hasta el suelo, del que volvería a despegar hasta una de las columnas de la cancilla del/de la aira. Y ahí me despedí y lo perdí de vista. No sé si al final terminó por despegar pero espero que así fuese por su bien...


Y creo que nada más. Espero que os haya gustado esta experiencia porque creo que ha merecido la pena, ya no solo vivirla y disfrutarla, puesto que eso ya ni se cuestiona; sino más bien redactarla y detallarla absolutamente, ya que además de que es raro que encuentre algo que tenga el honor de ser compartido, me ha parecido apropiado hacerlo de esta manera para darle además un aire más gracioso a través de varias nomenclaturas dadas por mi aleatoria imaginación, y en según qué situaciones.
Muchos ya lo sabéis, pero si alguna vivencia merece la pena, es aquella compartida con otros seres vivos, especialmente si son pequeños animalillos como este.
Qué le voy a hacer. Los animales son unas de mis debilidades. De ahí mi vena sensible. Y más cuando uno termina de ver la serie Blue Submarine Nº6, que me fue recomendada por un gran compañero y amigo, y cuya temática es sorprendentemente la justa base de sus teorías, razonamientos y pensamientos. Y es que cada día que pasa, encuentro más convergencias entre su forma de pensar y la mía. Los animales u otros seres son objeto de crueles tratos en demasiadas ocasiones por parte nuestra. Y por supuesto, no lo merecen. Demasiada intolerancia, demasiado odio, demasiada ignorancia e indolencia llevan a cabo demasiadas atrocidades. Mientras intentaba quitar al pájaro de aquella red era lo que pensaba. De ahí que le hablara como a un bebé, esperando una inexistente respuesta. Una respuesta de convivencia. Por eso, sin duda alguna, esta serie la situaré como una de mis preferidas dentro de mi jerarquía. Ha sido corta pero intensa. Y además son excesivamente razonables las preguntas que le suscitan al espectador. Lo dicho, o al menos indirectamente: "Con la naturaleza nada más se juega para convivir y ser felices en ella, y no para dominarla y acomodarla a nuestros inútiles caprichos que por otra parte, serán erradicados por la misma". El ser dueños de este mundo es una utopía que solo creerán los más estúpidos. Nosotros somos la Tierra, y la Tierra está en nosotros. Uno sin el otro no tiene sentido.
Ese gorrión estaba en mí y yo era ese gorrión. Deberíamos pensar por qué por ejemplo celebramos la fiesta del toro. Una tontería sin sentido que no provoca más que beneficios a una panda de indolentes caprichosos hipócritas de clase alta que entienden lo que les da la gana de lo bueno de una tradición. Los conservadores en ese sentido no se paran a pensar si eso es necesario. Va bien tal y como está... ¡Ala! Que nos zurzan a los demás mientras ellos se regodean en su poder.
Si al menos esa carne sirviera para algo o se dejara comer. ¡Cuánta hambre hay en el mundo y cuánta inmoralidad por no enviar al menos eso al 3er mundo!


Por Marcos Pantani

 
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